Dionisio y el valor del precio
Por Eduardo Villegas En el restaurante familiar donde solía comer prácticamente tres o cuatro días de la semana laboral durante mis últimos meses en la Ciudad de México, me llamaba poderosamente la atención el caso de Dionisio, un chavo de aproximadamente quince o dieciséis años con una visible discapacidad mental y que solía recorrer los diversos restaurantes de la zona de Polanco (área en la que yo trabajaba en aquel entonces), vendiendo unas pequeñas paletas de chocolate envueltas en papel celofán transparente y con forma de animalitos (conejos, tortugas, caballos, etc.). Cuando yo lo vi por primera vez, rápido me percaté de que era ya un chavo bien conocido por los locatarios y meseros de toda esa zona y que bastaba una pequeña señal de Dionisio (pidiendo permiso para acceder al lugar), para que de inmediato se le permitiera ofrecer su producto a los comensales. Ese hecho me llenaba de gusto y hablaba muy bien de los propietarios de cada uno de los restaurantes ‘donde a Dionisio se le permitía trabajar’. Con el paso de los días, también me fui percatando de que Dionisio no iba solo, siempre se hacía acompañar por su mamá quien respetuosamente lo dejaba entrar solo a cada lugar para que él tuviera su propio espacio, ella se limitaba a guiarlo, ayudarlo a cruzar las calles y asegurarse de que no corriera peligro...
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